Viajar implica estar expuesto al instante. Uno fugaz, incesante, irrepetible, minúsculo, que no recuerda el paso del tiempo más allá de los quince o veinte días estipulados (con suerte) para recorrer algún trayecto y para que la retina absorba imágenes, colores y paisajes.
Pero compartir un breve tramo con esa mujer de rasgos arrugados y tez curtida por el sol hizo que ese momento dejara de ser efímero y adquiriera eternidad. Todo estaba contenido en él: el pasado de toda una comunidad, su presente intacto y un porvenir difícil. Las fotografías captan momentos memorables. No tengo una foto de ella, pero recuerdo su atuendo colorido, su contextura delgada y su mirada melancólica.
Entablamos conversación a raíz de los asientos vacíos del ómnibus en el cual viajábamos desde
Al mencionar Buenos Aires, mi ciudad natal, pareció que los numerosos kilómetros que nos separaban de allí aumentaban a medida que sus ojos perplejos se abrían: “allá se gana bien”, “hay trabajo, acá no hay nada”, esbozaba su voz suave en un micro que estaba lejos de un parque de diversiones pero imitaba a una montaña rusa.
Llegó su parada y con un beso y un fuerte apretón de manos nos despedimos. Pero lo que más nos acercó fue esa mirada que ambas nos dirigimos con una sonrisa exagerada para hacernos sentir que habíamos disfrutado
2 comentarios:
Voy a decir que me dejaste pasmada (que palabra vieja) con lo que escribiste, cómo lo escribiste, las palabaras que elegiste, el movimiento que fuiste dando al relato. Muchas veces comentas que no te gusta como escribis, pues te digo que lo haces muy bien y mejor de lo que te imaginas.
Espero saborear nuevamente tus palabras en alguna historia o relato.
Nena, te quiero. Beso.
Exclamo: gracias!
Pregunto: quién eres?
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