martes, mayo 27, 2008

Intromisión fugaz en los ojos de una mujer desconocida

Que se sentó, que vio películas, que lloró, que sonrió y casi volvió a llorar lo sabe casi todo el mundo. Su mundo de acá, de allá y los que no saben también. Esos que no saben, que no la conocen pero sin ellos "eso" no existiría.
Cuando se dio cuenta de eso, quiso volar, irse, correr. Saltar alto y caer en algún lugar distinto. Soñar que se levantaba con la espalda dura del colchón poco mullido y que cuando despierte los dolores sigan presentes.
Qué increíble, pensó, nunca creí que pudieran importarme tanto, que su voz me acompañaba de esta manera, que cuando no está, sufro. La ventana cambió de color y el cielo y los árboles y la resolana de la tarde fueron esfumándose en su mente hasta desaparecer. Y le dio miedo. Mucho miedo. Tenía pánico de no recordar. De no recordar exactamente esa ventana, con ese cielo, los árboles y la resolana de la tarde. Y sacó una foto. Algunas más porque estaban un poco movidas, nubladas y con otros detalles.
Al mirarlas, se dio cuenta que ese lugar no estaba allí. Faltaba la brisa, algún ruido y... el paso del tiempo. Se dio cuenta que esa ventana era para ella tan llamativa porque allí pasaba horas, sólo admirando la ventana. Y tanto rato estaba allí cada lunes que se cansaba, se entredormía, se acomodaba varias veces en la silla, que la ventana comenzaba a ser un elemento digno de concentrar su atención. Se dio cuenta que esa ventana la acompañaba cada semana, como paisaje de sus sentimientos. Mostraba no más de lo que la hacía feliz: el cielo y los árboles y la resolana de la tarde.

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